PERSONAS

 

PERSONAS

 

Tengo muy presente en mi día a día una viñeta de Mafalda del genial Quino en la que la niña dice que “Lo urgente no deja tiempo para lo importante”. Digo que la tengo presente para evitar esas palabras, para que lo importante sea lo prioritario, lo importante y las personas importantes, porque este viaje en el que estamos embarcados va precisamente de eso, de personas, aunque en ocasiones lo olvidemos. 

Lo urgente (iniciar un nuevo curso con una nueva ley y todo lo que ello conlleva, a saber: nuevos libros de texto, documentos, cursos de formación, más documentos, reuniones, más documentos, documentos y más documentos), todo eso, que es lo urgente, nos deja exhaustos, con poco tiempo para la reflexión y escaso aliento para tareas que vayan más allá de lo rutinario. Y, sin embargo, me propongo vencer ese cansancio porque creo necesario e importante escribir este texto; quiero humildemente darles voz a los que, como yo, lamentaron el fallecimiento de un antiguo alumno del centro el pasado mes de agosto, pero, sobre todo, para recordarlo a él, a Jesús, ya que, de alguna manera, quienes ya no están permanecen vivos en el recuerdo de los que seguimos aquí.

¿Qué recordar de Jesús? No hay duda: su sonrisa. Su rostro lo caracterizaba esa incipiente y perenne sonrisa que crecía y crecía a poco que el profesor le preguntara algo directamente a él y, como solía ocurrir, Jesús supiera la respuesta. Jugaba con ventaja, claro, pues era prácticamente imposible enfadarse con él; si lo mirabas a la cara, estabas perdida. Inspiraba, además, cierta ternura. Por la expresión de su cara era fácil adivinar si estaba atento, si entendía lo explicado o si se estaba haciendo el despistado. Era un buen alumno y una buena persona. Quizás, sus resultados se relajaron el último curso; con la adolescencia en su fase más potente, el alumno se centra en socializar, no en estudiar. Acordémonos los que ya hemos pasado por ahí, aunque haga ya algún tiempo…

Ojalá los años que me queden de romana en este centro no tenga que volver a escribir un texto como este. Jesús, como Rodrigo el año anterior, se ha ido demasiado pronto; el discípulo no debería irse nunca antes que el maestro, así como unos padres no deberían vivir jamás la muerte de su hijo. Ante estas situaciones nos quejamos de lo injusta que se muestra la justicia divina, del tempus fugit (“el tiempo huye”) y de la fragilidad del ser humano; nuestra vulnerabilidad cobra protagonismo y vienen a nuestra mente cientos de preguntas sin respuesta. Pero hay que seguir, no queda otra, y, a ser posible, cuando el dolor deje paso a la aceptación, con una sonrisa como la de Jesús.

Dos reflexiones finales. En clase hablamos sobre la muerte, no me gusta que sea un tema tabú; hablamos de ella con naturalidad a partir de los textos literarios en los que aparece. Sin embargo, qué difícil hablar de la muerte en los términos en los que lo hago aquí.

Por otra parte, y concluyo ya, los profesores aspiramos a dejar alguna huella, aunque sea pequeñita, en algunos alumnos, aunque sea en pocos. Para mí son esas estelas en la mar de las que habla Machado en su poema. Si bien, mirad la huella que dejan los alumnos en nosotros; qué maravilla.

Esther

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